De entre todas las opciones, nos dimos cuenta de que algunas podíamos descartarlas, ya que para lo que teníamos en mente, no nos servían; buscábamos una montaña, y no muchas montañas. Y consideramos oportuno que tuviese pico, así que no queríamos nada redondo. Nos quedaron las montañas que habían dibujado Natalia y Francisco; no era cuestión de decir cuál nos gustaba estéticamente más, sino cuál era una verdadera montaña. No éramos capaces de decidirnos, pero algo nos dio la clave: la montaña de Natalia no tenía base, lo cual significaba, que a la hora de pintarla de púrpura, no sabríamos hasta dónde pintar. La de Francisco sí tenía base, estaba cerrada, así que nos sería más fácil pintarla.
Ahora que teníamos la montaña pintada en la pizarra, era sólo cuestión de dibujarla en el papel, pero no fue tan fácil.
Dibujamos la base, pero cuando le hicimos los otros dos lados, nos faltaba el pico, propio de una montaña. Algo habíamos hecho mal, ya que la montaña de la pizarra tenía 3 lados y un pico, y la nuestra tenía 3 lados, pero ningún pico. Nos había quedado una especie de cuadrado al que le faltaba un lado; Laura tuvo entonces la idea de terminar de cerrar el cuadrado, pero ahora, aquel dibujo tenía 4 lados.
Francisco seguía preocupado por el pico, y lo que hizo fue dibujar un pico pequeñito en el centro de la parte superior de uno de los lados de aquel dibujo, uniéndolo con el mismo por trazos que seguían sin convencernos, ya que aún no teníamos los 3 lados y el pico.
Ya teníamos pico; ahora sólo había que descubrir de qué manera unir el pico con la base y conseguir que sólo hubiesen 3 lados. Jorge lo intentó de una manera.
Conseguimos unir el pico con los dos lados, pero seguíamos sin tener 3 lados. Entonces, Daniel habló de un término importante: "las rayitas tienen que ser rectas".
Y además, del pico saldrían dos rayitas, una hacia una punta de la base y otra hacia otra.
Por fin, aquello que teníamos en el papel, era una montaña, y como no queríamos olvidar lo aprendido, decidimos intentarlo varias veces y recoger por escrito cómo lo habíamos hecho, para todas las futuras veces que queramos dibujar una montaña.
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