Leímos entre todos aquellos datos, y Javier, de repente, dijo: "ahí pone kilómetros".
Le preguntamos qué significaba aquella palabra, y él nos dijo que era cuando un coche iba muy rápido o muy despacito. Entonces, la seño se convirtió en coche; dibujó en el suelo de la asamblea una rayita a modo de salida y fue caminando despacito, hasta que se paró y dibujó otra rayita de llegada. El camino que había recorrido era pequeño, Javier decía que había ido despacito, era un caminito de pocos kilómetros.
Después, la seño hizo lo mismo, pero corriendo mucho; la rayita de salida estaba en el mismo lugar que antes, pero la de llegada, estaba mucho más lejos. El recorrido había sido más largo, había más kilómetros.
Entonces, ¿para qué servían los kilómetros? Raúl dio con la respuesta: "para medir". Exacto; los kilómetros me dicen cuánto mide el camino. Nosotros ya sabíamos cuánto medía el camino desde Brenes hasta Alcolea, lo vimos en Internet: 26,3 km (leído por los niños y niñas: 26 rayita 3 kilómetros). Esa medida ¿era poco, era mucho? Lo veríamos el día de la excursión.
¿Y la otra cantidad? 33 min. ¿Qué significaba? La seño nos explicó que aquella palabra que tenía un puntito era una palabra inacabada, que no habían terminado de escribir, por eso tenía aquel puntito. Entonces, pensamos en palabras que empezasen por MI, pero no caíamos. La seño nos ayudó y nos dijo que aquellas letras significaban "minutos". Pero, ¿qué era un minuto? María nos dio una pista: "eso es cuando esperas a que llegue el autobús. A veces, esperas mucho rato; otras esperas poco rato." ¡Eureka! Los minutos expresan ratos. Pero, ¿cómo se miden los ratitos? Propusimos el metro, e intentamos medir el rato que tardaban algunos niños en hacer tareas, como ponerse la chaqueta, coger la botella de agua de la mochila o sonarse los mocos.
Pero el metro no servía, así que seguimos pensando. Laura nos dijo que había que contar y ella misma comenzó a hacerlo, desde el 1 hacia delante. Contamos cuánto rato tardó Amalia en ir y volver del baño.
Tardó 54, pero, ¿54 qué?
Teníamos claro entonces que para medir si un ratito era largo o corto, necesitábamos números; pero la seño, que a veces se despista un poco, se puso a contar cuánto rato tardaba en ir desde la asamblea hasta la pizarra, y contó muy muy lento. "Así no", decían los niños.
Entonces, volvió a hacer lo mismo pero ahora contó muy muy rápido. "Así tampoco", volvían a repetir.
¿Cómo había que contar entonces? "Normal" contestaban ellos y ellas.
Por suerte, la seño nos contó que hay un aparato que sirve para medir ratitos y que no va ni muy rápido ni muy lento. Nos costó, pero al final, caímos en el que era el reloj. Fuimos viendo cómo el reloj sigue funcionando aunque no lo miremos.
¿Entonces? La cantidad de 33 minutos era el rato que tardaríamos en ir desde Brenes hasta Alcolea. Pero, ¿eso era un ratito corto o un ratito largo? Decidimos medirlo con el reloj. Tras el patio, nos fijamos en el reloj y éste comenzó a contar 33 minutos; la seño puso la alarma del móvil para que no nos despistásemos. Mientras el reloj contaba, nosotros estuvimos yendo al cuarto de baño por grupos, Jorge nos hizo cosquillas con la pluma, estuvimos recordando lo leído en la sesión anterior del cuento de Ana y Andrés, terminamos de solucionar el problema de los dientes de la boca de dragón y comenzamos a leer un nuevo capítulo del cuento. Cuando estábamos empezando a hacerlo, sonó la alarma. Ahora ya sabíamos cuánto duraban 33 minutos: un ratito tan grande como para hacer todas esas tareas que nos había dado tiempo a hacer.
Decidimos plasmarlo en papel, para que no se nos olvidase.
Ya teníamos casi lista nuestra excursión, pero algo importante fue ver cuántos asientos íbamos a necesitar en el autobús para que nadie se quedase en tierra. La seño tenía una lista con los asientos que necesitaría cada familia, faltando sólo los niños que se irían en coche o los que no vendrían a la excursión; los fue apuntando en la pizarra. Ahora teníamos que "juntar" todos los asientos de todos los niños para ver cuántos necesitaríamos en total. Para ello, hicimos un dibujo de un autobús y fuimos dibujando los asientos necesarios para cada familia.
Una vez que ya estaban todos los asientos dibujados, era el momento de hacer el recuento, con cuidado de no equivocarnos. Hubo que hacerlo varias veces, pues a cada uno nos salía un resultado diferente.
Al final, lo conseguíamos, teníamos el resultado: necesitaríamos 55 plazas.
Y como el autobús no era nuestro, para poder utilizarlo habría que pagarle un dinero al conductor. Nuestras familias ya habían traído a clase su parte del dinero, y para que no se nos perdiese, decidimos contarlo y anotarlo. Para ello, clasificamos el dinero en billetes y monedas, y agrupamos los que eran iguales.
Ahora sí, todo estaba preparado; ya sólo quedaba esperar que llegase el día de la excursión.
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