El lunes, cuando estábamos anotando el día en el calendario, Daniel recordó que ya se habían pasado las 3 semanas que había que esperar para que los claveles se secaran. Fuimos a la habitación de la caldera, donde los teníamos colgados, y los recogimos para traerlos a clase; los estuvimos mirando, tocando, oliendo, y nos dimos cuenta de los cambios que habían sufrido. Estaban más pequeños, su color era más oscuro, casi no olían, pero no habían perdido ninguna de sus hojas ni de sus pétalos. Teniendo como experiencia todo lo vivido con nuestra flor del día de la Paz, nos cuesta creer que los claveles no se estropearán y por eso, algunos niños propusieron ponerlos en agua. Con el paso de los días, se darán cuenta de que no es necesario y que si los cuidamos, podremos tenerlos para siempre.
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